Durante julio iniciamos este relato hablando de nuestra deriva: una manera de avanzar sin mapa cerrado, atentos a los signos del entorno. En agosto y septiembre compartimos cómo esa deriva se fue transformando en identidad: en un lenguaje más propio, en una claridad sobre quiénes somos y hacia dónde queremos ir. Hoy, llegamos a un momento distinto: el de sostener esa visión en proyectos reales, grandes y desafiantes, que dialogan directamente con la esencia de Ajolote.
En estas semanas hemos comenzado a trabajar en iniciativas que representan exactamente la clase de comunicación que queremos impulsar: proyectos que conectan saberes con creatividad, que nacen desde lo académico o territorial y se expanden a través del diseño, la narrativa y lo audiovisual.
Cada uno de ellos es una pieza de este nuevo ciclo: una confirmación de que nuestra mutación no es solo estética o discursiva, sino estructural. Estamos consolidando una manera de hacer comunicación que es propia, tejida desde nuestra sensibilidad y experiencia.
Esta etapa también trae consigo una sensación de horizonte. Mientras nos concentramos en concretar estos proyectos, empezamos a proyectar con más claridad el futuro de Ajolote: nuevas alianzas, nuevas campañas y formas de llegar a quienes necesitan este tipo de comunicación. Es un momento de trabajo intenso, pero también de mucha convicción: sabemos que el camino que elegimos es fértil.
Como esa criatura que inspira nuestro nombre, seguimos habitando el cambio sin miedo. No se trata de “cerrar” un proceso de transformación, sino de aprender a vivir en él con más conciencia, dejando que nuestras acciones encarnen nuestras ideas.
Octubre llega así como un mes bisagra: entre el relato que fuimos tejiendo y la materialización de ese relato en el mundo.
Nos seguimos moviendo.
Nos seguimos transformando.
Nos seguimos encontrando.