9
de
October
de
2025
Por
Sergio Domínguez
Lectura de 
4 minutos
Comunicando saberes

La ilusión de la neutralidad: por qué todo mensaje siempre toma partido

Un informe científico comienza con la promesa de objetividad: “datos duros”, “hechos comprobados”, “resultados neutrales”. Una institución pública se presenta como “apolítica”. Una campaña corporativa insiste en que “no toma partido”. Pero, apenas rascamos la superficie, descubrimos que toda palabra elige un ángulo, todo formato resalta unas voces y silencia otras. La neutralidad, más que un punto de partida, suele ser una máscara.

La ilusión de la neutralidad ha acompañado a la ciencia, al periodismo y a las instituciones durante siglos. Heredamos la idea de que el lenguaje puede ser un espejo transparente, capaz de reflejar la realidad sin distorsiones. Pero la lingüística, la filosofía y la historia de la ciencia han mostrado otra cosa: el lenguaje nunca es neutro, siempre organiza, selecciona, enmarca. Nombrar es en sí mismo interpretar.

Donna Haraway: la ficción de la objetividad pura

Donna Haraway (1944–), bióloga y filósofa de la ciencia, cuestionó con fuerza la idea de una “visión desde ninguna parte” en su ensayo Situated Knowledges (1988). Criticaba lo que llamó el “truco divino de la visión”, esa pretensión de que la ciencia puede hablar desde un punto de vista universal, sin cuerpo ni historia. Para Haraway, todo conocimiento está siempre situado: se produce desde una perspectiva concreta, encarnada, marcada por distintos factores como género, cultura, territorio y poder, entre otros.

Su propuesta no es relativismo —no significa que todo vale—, sino una invitación a la responsabilidad: reconocer desde dónde hablamos, cuáles son nuestros límites, y qué efectos tienen nuestras palabras. La objetividad, decía Haraway, no está en negar la posición desde la que se enuncia, sino, muy por el contrario, en hacerse cargo de ella.

En ese sentido, la neutralidad es una ilusión que puede ser peligrosa. Cuando una institución afirma ser “apolítica”, en realidad está reforzando el orden existente. Y cuando la ciencia se presenta como voz universal sin reconocer su lugar de enunciación, corre el riesgo de convertirse en una herramienta de exclusión más que de emancipación.

Relevancia actual

En 2025, la ilusión de la neutralidad sigue viva en muchos campos de la sociedad. En el debate sobre género, por ejemplo, se habla de “biología” para negar derechos, olvidando que toda ciencia está atravesada por marcos culturales. En las discusiones sobre pueblos originarios, los comunicados oficiales suelen presentarse como “descripciones imparciales” cuando, en realidad, invisibilizan la voz de las comunidades y priorizan la mirada estatal, es decir, desde una posición de poder. Incluso en la divulgación científica, el afán de mostrarse “puro y técnico” puede terminar borrando la dimensión ética de lo que investigamos.

Un ejemplo reciente lo ilustra con fuerza: el desarrollo de un Latam-GPT, una inteligencia artificial entrenada con datos y contextos latinoamericanos. Frente a la hegemonía de modelos entrenados en inglés y desde perspectivas del Norte Global, este proyecto muestra que la neutralidad tecnológica también es un mito. Los algoritmos no son universales: aprenden de territorios, lenguas, sesgos y ausencias. Reconocerlo no es una debilidad, sino una forma de situar el conocimiento en diálogo con realidades concretas.

Profundización sensible

El problema de la neutralidad no es solo teórico: también deshumaniza. Una política pública presentada como un “dato objetivo” puede sonar eficiente, pero ¿qué pasa con las historias de las personas afectadas? Un artículo académico lleno de gráficos puede ser impecable, pero ¿qué pasa con las emociones y contextos que esos números silencian? Por ello, decir “yo no tomo partido” suele equivaler a sostener el statu quo, a validar (muchas veces sin cuestionar) las estructuras dominantes.

Hannah Arendt: el lenguaje como acción 

La filósofa Hannah Arendt (1906–1975) recordaba que cada vez que hablamos, actuamos. En La condición humana (1958), subrayó que la palabra no es sólo comunicación, sino un modo de aparecer en el mundo: revelar quiénes somos, a qué pertenecemos, qué defendemos. Pretender neutralidad es, en cierto sentido, esconderse, sustraerse del espacio común donde nos reconocemos unos a otros.

Un eco desde el arte: Rosana Paulino

La artista brasileña Rosana Paulino trabaja sobre las ausencias del arte oficial. En series como Parede da Memória (1994–2015), interviene fotografías de mujeres negras con costuras, hilos y bordados que parecen heridas. Con cada puntada, reconstruye lo que la historia del arte —y de la ciencia— intentó borrar: los cuerpos racializados convertidos en objetos, las vidas omitidas en nombre de la supuesta universalidad. Su gesto es íntimo y político a la vez: recuerda que no existe mirada neutra. Toda representación implica un punto de vista, y elegir qué mostrar o qué callar también es una forma de poder.

Fragmento de la obra Parede da Memória (1994–2015) de Rosana Paulino

Lo que sí funciona

Romper con la ilusión de neutralidad no implica abandonar el rigor, sino sumarle conciencia. Algunas claves suaves:
– Reconocer explícitamente la posición desde la que hablamos.
– Nombrar los límites de nuestros datos o narrativas.
– Escuchar y visibilizar voces que suelen quedar fuera.
– Entender que la claridad no es enemiga del compromiso, sino su mejor aliada.

Cierre: todo mensaje tiene una posición

La neutralidad es una promesa seductora: nos tranquiliza pensar que podemos hablar “desde ninguna parte”. Pero todo mensaje nace situado. Tal vez la honestidad comienza cuando dejamos de escondernos tras la máscara de lo neutro, y aceptamos que comunicar es siempre tomar partido. La pregunta no es solamente si lo hacemos o no (pues, aunque no queramos, lo estamos haciendo), sino hacia quién y hacia qué lado elegiremos hablar.

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