17
de
October
de
2025
Por
Ignacio Alfaro Rojas
Lectura de 
10 min.
Comunicando saberes

Arte y Ciencia: una simbiosis que expande lo imaginable

Retrato de una botánica o artista ilustrando la flor del Copihue, combinando la observación científica y la representación artística. Representación visual de la simbiosis entre Arte y Ciencia.

Vivimos como personajes de una vieja narrativa: la de las dos culturas. En un rincón, la ciencia: un reino de lógica fría, método riguroso y hechos objetivos. En el otro, el arte: el dominio de la emoción pura, la creatividad sin restricciones y la verdad subjetiva. Uno es el mundo de las batas de laboratorio y las ecuaciones; el otro, el de los lienzos y los escenarios.

Pero, ¿y si esta división fuera una ilusión? ¿Y si el muro que separa estos dos mundos fuera un espejismo cultural que nos impide ver una verdad más profunda y fascinante sobre cómo funciona realmente el conocimiento?

Este artículo se adentra en el territorio donde ambos mundos convergen. Un interregno difícil de ver, en medio del desierto; un oasis, al que solo podemos llegar como nómades aventureros. Una simbiosis de animales anatómicamente dispares, pero de la cual surge una potencia creativa que expande lo imaginable.

Dos caminos, un destino común

Aunque sus métodos y fines puedan parecer dispares, tanto el arte como la ciencia comparten un impulso fundamental: transformar la realidad y expandir los límites de lo imaginable.

La ciencia se funda en un riguroso aparato metodológico diseñado para minimizar la influencia subjetiva y garantizar verdades verificables y colectivas. Este esfuerzo, aunque objetivo, no está exento de tensiones: la incorporación de saberes nuevos y la crítica a conocimientos establecidos siempre implica un desafío a lo que se acepta como real. Por eso los científicos suelen reunirse en congresos académicos, en donde los nuevos desarrollos se someten al escrutinio público, y han creado un sistema de publicación y referenciación de alcance global, que permite conocer con precisión el origen y los procedimientos con los cuales se produce la información, y pueden encadenar nuevas comunicaciones a partir de estos. 

El trabajo científico, entonces, es una forma de mirar el mundo bajo la pregunta del “qué” y el “cómo”. Su propósito es construir explicaciones que generen certeza, eliminando ambigüedades para avanzar hacia objetivos compartidos y verificables. La ciencia tranquiliza. Sitúa nuestro mundo en un terreno colectivo y universal. En contraste, el arte no se preocupa por alcanzar una verdad universal ni por garantizar la utilidad práctica de sus obras, sino que se trata sobre la belleza. La creación artística, transforma el mundo al representarlo, proponiendo nuevas formas de entenderlo y experimentarlo. 

El arte opera en un plano donde la subjetividad es esencial. En lugar de buscar una verdad universal, el arte juega con las percepciones y desafía las certezas. Su esencia radica en la búsqueda de la belleza, transformando el mundo al representarlo y proponiendo nuevas formas de comprender. Si la ciencia tranquiliza, el arte hace todo lo contrario.

Al insertar al mundo en el mundo, el arte amplía los límites de lo imaginable y genera una distancia liberadora respecto a la realidad. Esta paradoja del arte –hacer visible algo a través de lo invisible– es su esencia. El arte observa y distingue: “separa lo claro de lo oscuro, las disonancias de las consonancias, las fatalidades de las trivialidades” (Luhmann, 2007) . En ese proceso de crear mundos, oculta el mundo y genera suturas, hace visible las formas con las que oculta, que son los propios lenguajes artísticos, y así los hace evidentes como procedimientos. El arte provoca. Enfatiza las ambigüedades que la ciencia rechaza, las vuelve inevitables y valiosas en el terreno de la experiencia subjetiva, abriendo caminos a nuevos destinos. 

A pesar de estas diferencias, el arte y la ciencia se complementan en una tensión creativa. Mientras que la ciencia nos ancla con certezas, el arte nos impulsa a soñar con posibilidades. Juntos, estos campos no solo transforman nuestra manera de pensar, sino que abren senderos que se bifurcan y así permiten el surgimiento de nuevas preguntas, inspirando tanto la innovación como la introspección.

El vínculo entre el arte y la ciencia puede entenderse como una simbiosis creativa, un esfuerzo compartido por revelar y redibujar los límites de nuestra experiencia. 

Cuando los científicos crean como artistas

La imagen popular nos propone ver al científico como un seguidor metódico de reglas, un autómata que avanza linealmente por el camino del "método científico". La realidad histórica, sin embargo, es dista mucho de esa imagen. La práctica científica real, especialmente en sus momentos más revolucionarios, está llena de lo que el filósofo Paul Feyerabend (1975) describió como una "anarquía epistemológica", llena de caos, caminos no lineales y oportunismo. Lejos de ser un defecto, esta anarquía es una condición necesaria para el progreso. 

Pensemos en quizás el científico por definición: Albert Einstein. No fue un simple experimentador que seguía una receta. Para que sus ideas avanzaran, utilizó la estrategias"irracionales" y procedió de manera "contrainductiva", es decir, proponiendo teorías que contradecían frontalmente los "hechos" aceptados en su época. En esto, Einstein no actuó como un mero analista de datos, sino como un dramaturgo: entendió que para cambiar la visión del mundo, no basta con presentar hechos; hay que construir una nueva narrativa, persuadir, seducir y, a veces, luchar contra el dogma establecido con la misma pasión que un artista defiende sus obras.

Esta revelación es tan sorprendente porque desafía nuestra necesidad de ver la ciencia como un camino puro y predecible hacia la verdad. En su lugar, la muestra como lo que realmente es: una empresa profundamente humana, desordenada, apasionante y no tan distinta del proceso creativo que asociamos al arte.

Otro mito persistente es que la ciencia es una actividad desapasionada e inmune a las emociones. La investigación sobre cómo piensan los grandes científicos demuestra exactamente lo contrario: las emociones y el sentido de la belleza no son un estorbo para la ciencia, sino el motor que impulsa el descubrimiento.

El filósofo Michael Polanyi (1978) acuñó el término "pasión heurística" para describir la fuerza que guía a los científicos a identificar los problemas que vale la pena investigar. Es esta pasión la que les da la energía para cruzar el "vacío heurístico": el abismo aparentemente insalvable que separa un problema de su solución. 

Pero esta conexión no es solo abstracta. Es también física y tangible. Los investigadores Eisner y Powell (2002) documentaron el caso de un físico que encontraba una experiencia sensorial y estética profundamente satisfactoria en el simple acto de soldar, pues encontraba "el fluir del metal líquido como una experiencia sensorialmente satisfactoria". El placer de la forma, la textura y el proceso es tan fundamental en el laboratorio como en el taller del artista.

Más allá de la divulgación: el arte que investiga

Cuando pensamos en colaboraciones entre arte y ciencia, la idea más común es que el arte sirve para "comunicar" o "hacer accesible" una ciencia que ya está terminada. El artista llega al final del proceso para ponerle un lazo bonito al paquete del conocimiento. Esta visión es fundamentalmente errónea. Georgina Born y Andrew Barry (2010) proponen que el arte-ciencia puede funcionar como un "experimento público". En lugar de simplemente traducir un resultado, el arte puede generar nuevo conocimiento y desafiar las prácticas científicas existentes desde dentro.

Un ejemplo clave es el proyecto PigeonBlog. En él, se equiparon palomas con pequeños sensores de calidad del aire y GPS, liberándolas para que mapearan la contaminación de forma dinámica. Este proyecto no se limitó a presentar datos que ya existían. Al contrario, "apunta hacia una reconceptualización de la calidad del aire como objeto de medida", desafiando los métodos de medición estáticos y fijos que usan las agencias gubernamentales. El arte no estaba ilustrando la ciencia; la estaba cuestionando y expandiendo.

Esta perspectiva transforma radicalmente el papel del artista. Deja de ser un mero comunicador para convertirse en un investigador activo, un socio en la creación de conocimiento que puede alterar el rumbo de la propia ciencia. En otras palabras, el proyecto transformó la contaminación del aire de un dato abstracto en un mapa a una experiencia vivida y dinámica, una nube invisible que se mueve por las calles que habitamos. Esto no es solo comunicar ciencia; es crear una nueva forma de percibir la realidad, una función primordial del arte.

Seis formas de unir arte y ciencia

Antes de explorar otros ejemplos concretos, es importante reflexionar sobre las posibilidades de una simbiosis entre arte y ciencia. ¿Es esta relación posible de una única manera? ¿O existe una diversidad de formas para llevarla a cabo? La respuesta parece inclinarse hacia lo segundo. La integración de estos dos mundos no es un camino único ni lineal, sino un espectro de posibilidades que se nutre de la creatividad, la investigación y la experimentación.

Una propuesta particularmente interesante es la que plantean Velasco y Nieto (2024). Tras revisar numerosos trabajos que integran arte y ciencia, y sin pretender ser exhaustivos, estos autores identificaron seis categorías distintas que ilustran las maneras en que estos campos pueden dialogar.

La primera categoría agrupa obras artísticas destinadas a honrar, apreciar, divulgar y generar conciencia pública sobre el valor e importancia de la ciencia. Estas iniciativas buscan conectar emocionalmente a las personas con el conocimiento científico, permitiendo que descubrimientos y conceptos complejos se vuelvan accesibles a través de la experiencia sensorial y emocional. Un ejemplo poderoso de esto es "Glaciares en Retirada" del artista chileno Alfredo Jaar, una instalación que documenta el derretimiento de glaciares andinos combinando fotografía, datos científicos y experiencia sensorial para generar conciencia sobre el cambio climático. Este tipo de obras no solo informan, sino que transforman estadísticas abstractas en experiencias viscerales que mueven a la acción.

En segundo lugar, encontramos obras en las que las habilidades artísticas se utilizan para configurar, tanto visual como espacialmente, teorías, modelos o resultados científicos. En esta categoría, el arte sirve como herramienta para dar forma y comprensión visual a conceptos científicos complejos, ayudando a hacerlos accesibles y comprensibles para un público más amplio. Las ilustraciones médicas de Frank Netter revolucionaron la educación médica en el siglo XX, pero hoy proyectos como "The Visible Human Project" llevan esto al siguiente nivel con reconstrucciones 3D interactivas del cuerpo humano. Estas visualizaciones no son meras decoraciones: son formas de cognición que nos permiten "ver" lo invisible y comprender estructuras que de otro modo permanecerían abstractas.

La tercera categoría incluye obras que utilizan la ciencia como modelo o referencia para el arte. Aquí, los procesos y estructuras científicas inspiran la creación artística, sirviendo como materia prima para la imaginación. Las representaciones de patrones fractales o la incorporación de datos biológicos en composiciones musicales son ejemplos característicos. "Genomic Variations" de Eduardo Miranda es un caso fascinante: el compositor utiliza secuencias de ADN para generar composiciones musicales donde cada base nitrogenada (A, T, C, G) se traduce en notas, ritmos y timbres, creando una "sonificación" del genoma. El resultado no es solo una curiosidad técnica, sino música genuina que nos permite "escuchar" la arquitectura molecular de la vida.

La cuarta categoría abarca obras en las que el arte explora, problematiza o cuestiona a la ciencia. Estas obras buscan generar un diálogo crítico sobre la práctica científica, planteando preguntas éticas, filosóficas o sociales que amplían la perspectiva sobre el papel de la ciencia en nuestras vidas. "The Tissue Culture & Art Project" de Oron Catts y Ionat Zurr ejemplifica esta función crítica: cultivan tejido vivo para crear esculturas "semi-vivas", y su obra "Victimless Leather" —una chaqueta cultivada de células— plantea preguntas incómodas sobre biotecnología, vida artificial y los límites de la experimentación. ¿Dónde termina el objeto y comienza el ser vivo? ¿Qué responsabilidad ética tenemos con las entidades que creamos en el laboratorio? El arte, en este contexto, no acepta la ciencia ciegamente sino que la somete al escrutinio ético y filosófico.

En quinto lugar están las obras que brindan una explicación científica de la experiencia estética. Estas propuestas investigan los fundamentos biológicos, psicológicos o neurocientíficos de nuestra percepción y apreciación artística, abriendo nuevas vías para comprender la relación entre el cerebro humano y la belleza. Los estudios de Semir Zeki en el University College London sobre la "neuroestética" revelan que experimentar belleza matemática activa las mismas áreas cerebrales —específicamente la corteza orbitofrontal medial— que la belleza visual o musical. Este descubrimiento sugiere que nuestra apreciación de la belleza, lejos de ser un lujo evolutivo, podría estar profundamente arraigada en la arquitectura básica de nuestro cerebro.

Finalmente, la sexta categoría incluye obras que fomentan la creatividad y la innovación al explorar la relación entre las artes, la tecnología y la ciencia. Estas iniciativas suelen involucrar colaboraciones interdisciplinarias que generan avances en tecnologías emergentes, como la realidad virtual, la inteligencia artificial o el diseño sostenible. El proyecto "The Next Rembrandt" es emblemático: científicos de datos, ingenieros e historiadores del arte utilizaron inteligencia artificial para analizar 346 pinturas de Rembrandt y crear una obra "nueva" del maestro, planteando preguntas profundas sobre autoría y creatividad en la era de la IA. Por su parte, "Biopus" de Amy Karle —una mano esquelética humana "cultivada" usando células madre y una estructura impresa en 3D biodegradable— explora el futuro de los implantes médicos personalizados, difuminando completamente la línea entre arte, medicina y biotecnología.

Estas categorías no solo destacan la riqueza y diversidad de las interacciones entre arte y ciencia, sino que también subrayan su potencial para generar sinergias creativas e innovadoras. La colaboración entre ambos campos no solo enriquece sus respectivas prácticas, sino que también tiene el poder de impulsar el desarrollo de nuevas tecnologías, métodos y formas de expresión que pueden transformar profundamente la sociedad.

La raíz común: cómo pensamos el mundo

La revelación final es quizás la más profunda. A un nivel cognitivo fundamental, el arte y la ciencia no son actividades diferentes. Son dos dialectos que surgen de un mismo lenguaje mental.

Como ha planteado Ortony (2002) nuestro pensamiento abstracto se basa en "esquemas imaginísticos" (image schemas). Se trata de representaciones básicas y prerreflexivas que derivan de nuestra interacción corporal con el mundo: conceptos como el equilibrio, la contención (dentro/fuera), el camino, la fuerza o el vínculo son el andamiaje sobre el que construimos significados complejos.

La clave es que tanto las representaciones científicas como las artísticas se construyen de la misma manera: llenando de contenido los esquemas imaginísticos, de ahí la necesidad de ambos de recurrir a las metáforas. La noción de "contención" (dentro/fuera) es un esquema fundamental. En biología, estructura el concepto de la membrana celular; en arte, define la composición de una pintura dentro de su marco o la acción dramática contenida en un escenario. El andamiaje mental es el mismo; solo cambia la aplicación.

El filósofo John Dewey (1910) llegó a una conclusión similar al afirmar que tanto la ciencia como el arte son, primordialmente, "formas de experiencia". La obsesión por separar la teoría (ciencia) de la práctica (arte) es un error que devalúa ambas. Para Dewey, la verdadera distinción no es entre teoría y práctica, sino entre diferentes maneras de llevar a cabo la práctica. Debería estar claro que la ciencia es un arte, que el arte es una práctica, y que la única distinción que vale la pena trazar no es entre práctica y teoría, sino entre modos de la práctica.

El impacto de esta idea es inmenso. Sugiere que la capacidad para crear una elegante teoría científica o una conmovedora obra de arte no son talentos opuestos, sino diferentes aplicaciones de un núcleo cognitivo y creativo que todos compartimos.

En un mundo donde los desafíos globales requieren soluciones complejas e imaginativas, fomentar este diálogo entre arte y ciencia puede abrir puertas hacia un futuro más colaborativo y sustentable. 

¿Cuál es tu perspectiva sobre esta simbiosis? ¡Comparte tus comentarios y reflexiones!

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Referencias

  • Born, G., & Barry, A. (2010). ART-SCIENCE: From public understanding to public experiment. Journal of Cultural Economy, 3(1), 103–119. https://doi.org/10.1080/17530351003617610
  • Dewey, J. (1910). How We Think. D.C. Heath.
  • Eisner, E., & Powell, K. (2002). Special Series on Arts-Based Educational Research: Art In Science? Curriculum Inquiry, 32(2), 131–159. https://doi.org/10.1111/1467-873X.00219
  • Feyerabend, P. (1975). Against Method: Outline of an Anarchist Theory of Knowledge. New Left Books.
  • Luhmann, N. (2007). La Sociedad de la sociedad. Herder.
  • Ortony, A. (Ed.). (2002). Metaphor and thought (2. ed., transferred to digital printing). Univ. Press.
  • Polanyi, M. (1978). Personal Knowledge: Towards a Post-Critical Philosophy. Routledge and Kegan Paul.
  • Velasco, M., & Nieto, I. (2024). The Art-Science Symbiosis. Springer International Publishing. https://doi.org/10.1007/978-3-031-47404-0

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