Es 1972 y The Mike Douglas Show transmite un programa especial: John Lennon se prepara para tocar junto a su ídolo Chuck Berry frente a millones de personas que los miran por televisión. Pero no están solos, los acompañan los músicos de la banda Elephant´s Memory y también está Yoko Ono, que para esa altura ya es la sombra inseparable de John.
Empieza el espectáculo, entonan la canción Memphis Tennessee (Chuck Berry 1959), cada músico hace lo suyo aportando a la composición de un todo armónico y agradable que revienta el rating esa tarde de miércoles en el país del norte. Pero Yoko no está parada ahí en calidad de acompañante. Tiene un instrumento en las manos y un micrófono frente a ella. Está a punto de intervenir. Emite su primer alarido y genera en Chuck una reacción facial tan expresiva que décadas después sería rescatada como meme. Los alaridos continúan durante varios segundos como si la japonesa quisiera expulsar algo de su garganta hasta que un sonidista le apaga el micrófono relegándola a un mutismo necesario para salvar el resto de la presentación. Yoko lo ignora y sigue con lo suyo convencida de que también es parte del show, aunque ya no podemos oírla. Eso que ella hace no es un chiste ni algo de lo que más tarde vaya a arrepentirse. No. Es la sustancia con la que, de hecho, se gana la vida.
Miro el video un par de veces para escribir esta nota y, en él, encuentro condensada la narrativa que se construyó alrededor de su figura y de la ruptura de los Beatles: la nipona excéntrica, conceptual, irrumpiendo para estropear algo que —según el mito— funcionaba a la perfección hasta que ella lo rompió. Esa historia es simple, fácil de repetir y profundamente injusta. Las tensiones en la banda existían mucho antes de su llegada: fricciones entre los miembros, desacuerdos creativos y el desgaste típico de las cosas cuando pasa mucho tiempo. Es en este contexto de baja cohesión grupal cuando sucede el legendario día en que John Lennon entró a una galería de arte para poner un clavo imaginario sobre un cuadro blanco. Aquel día, dicen los testigos, se flecharon él y ella. Pero ese no fue el inicio de su relación ni tampoco fue el fin de los Beatles. La banda siguió durante algunos años más, agitando a la pibada con sus himnos musicales.
Culpar a las mujeres por los fracasos de los hombres es un atajo ya conocido y al que se le echa mano de tanto en tanto para sostener la imagen inmaculada de algún héroe masculino. Le pasó a Courtney Love, a Helena de Troya y hasta a la mítica Eva (la recordarán por su aparición en La Santa Biblia). Tampoco es cierto eso de que ella contribuyó en el deterioro de la música de John. Muchos de los temas más icónicos como “Working class hero” y “Mother”, son canciones que grabó siendo solista, desprendido ya de los límites que el consenso de criterios grupales puede significar a la hora de crear.
Entonces, tal vez lo más justo no es culpar a Yoko Ono de la separación del grupo musical más amado en la historia del mundo. Tal vez, lo más justo sea comprender lo sencillo que fue tomar a una mujer racializada y convertirla en una villana excéntrica y rompehogares. Pero algo me pasa cuando consigo quitarle todo ese polvo misógino acumulado en su figura y es que me sigue cayendo mal. ¿Por qué? Porque la considero intelectual y creativamente floja, al punto de que su arte se siente para mí como una burla. Con tantos recursos a su disposición, el resultado de su trabajo artístico resulta bastante decepcionante. La mayoría de su obra puede englobarse en la categoría de hamparte, un término inventado por el artista y youtuber español Antonio García Villarán, desde el cual define propuestas pretenciosas pero sin profundidad, de esas que necesitan un montón de explicaciones crípticas para sostenerse.
Por otro lado está su activismo, focalizado en los conceptos de la “paz” y el “amor” como ideas abstractas. Este punto de vista tan alejado de la realidad, despolitiza sus acciones, convirtiéndolas en sencillos juegos del hippismo naïf que tanto daño le causa al verdadero compromiso social. Su protesta nunca fue una muestra real de lucha desde el arte, sino más bien una performance inofensiva, protegida por la burbuja de sus comodidades. Esto se hizo evidente en los celebrados Bed-ins for Peace, un despliegue de privilegios donde, rodeados de periodistas y cámaras, ella y John permanecieron en la cama comiendo, creando y recibiendo aplausos mientras una empleada les preparaba su comida.
Por eso, la imagen de Chuck Berry y John Lennon tocando interrumpidos por Yoko Ono es mucho más que un chiste de internet. En esa escena se cruzan muchas capas: el hombre de pueblo frente a la mujer de élite; el músico consagrado junto a la figura polémica que intenta afirmarse en un lugar al que no llegó por mérito artístico; la incomodidad del público frente a una intervención que rompe la armonía. El video no es solo un meme, sino una pequeña escena que resuena a la perfección con su personaje y el desprecio que despierta en algunas personas. Un instante que concentra décadas de incomodidad y que muestra a una mujer, con todos los privilegios y recursos a su alcance, a la que le dan el micrófono y lo usa para gritar cualquier cosa.